23 ag. 1. HUMANOS LECTORES
Leer nos humaniza.
En agosto de 2024 volví a visitar la Long Room, la enorme sala biblioteca del Trinity College de Dublin que, desde hace más de dos siglos, alberga unos doscientos mil libros. Sus altísimas estanterías siguen marcadas, estante a estante, con las letras del abecedario y el conjunto, deduje, con el clásico sistema de clasificación decimal. Sin embargo, buena parte, estaba vacía. Los ejemplares estaban en proceso de limpieza y conservación.
En las salas previas, se expone con todo detalle de su contenido, la joya de la universidad: el Libro de Kelly caligrafiado y pintado hacia el año 800. Los cuatro evangelios minuciosamente escritos y decorados para mantener los fundamentos de la fe y ser visualizados por los creyentes. En la entrada de la primera sala, sentados en el suelo, dos niños de unos cuatro o cinco años compartían tranquilos la visión de una tablet, mientras sus padres seguían con calma las explicaciones de la exposición sobre el libro.
Recordé que tenía pendiente escribir sobre la lectura y los libros en el universo digital. Un territorio donde se mezcla la defensa de la lectura como clave irrenunciable de la humanización con las eternas alarmas sobre la disminución de lectores y con la asociación de la buena lectura al papel y al libro.
He estado unos meses ampliando mi lista de incertidumbres. ¿Qué es una biblioteca cuando los cientos de miles de libros de aquella enorme sala pueden caber en un diminuto disco duro que se lleva en el bolsillo y no necesita que se le quite el polvo? ¿Como ya anoté en el libro, cual es el sistema de clasificación y búsqueda en una base de datos, que ya no necesita ninguna secuencia de orden y todo pude estar enlazado? ¿Los centenares de turistas que admiraban y fotografiaban estantes, abrirían después la boca, entusiasmados con la lectura de un buen libro? ¿En qué momento de sus vidas aquellos dos niños tranquilos mirando su pantalla pasarían a descubrir la maravilla de los dibujos de un libro decorado por monjes? ¿Cuándo asociarían sus padres la vivencia visual de sus hijos tranquilos con su Tablet a su experiencia visual ante el viejo libro? ¿…?
Para empezar, aceptemos que leer nos hace humanos o, al menos, que contribuye de manera significativa a humanizarnos. No podemos afirmar que ser alfabeto lector es una condición humana, pero sí que la persona que no desea poder descubrir y entender aquello que otras personas imaginaron, pensaron o dijeron, ve acotada una parte de su condición humana.
Nuestra idea de ser humano ha de incluir la capacidad de saber leer, poder leer y querer leer.
¿Pero, qué es leer?
Antes de adentrarnos en la construcción de las respuestas, recordemos algunos de los interrogantes que planteaba en los capítulos anteriores del libro:
En esos miles de años siempre hubo puntos de ruptura: cuando los alfabetos permiten compartir lo que se habla con un sentido común no dependiente de la imagen, cuando se fija en un «papel» y se repite haciendo que no solo los sabios sepan, cuando se imprime y el pueblo llano puede llegar a leer y saber, cuando se pueden divulgar todas las ideas…En todos esos puntos de la historia hay alguien que alza la voz y habla de la perdición humana que está a punto de producirse. Nos pasa exactamente igual hoy cuando escribir, divulgar o leer han dejado de tener un único sentido, una única práctica. Si Irene Vallejo continuara su libro tendría que dar sentido, por ejemplo, a los enlaces. Ya no fijamos escritura en un libro, ni leemos simplemente un libro si el acceso es digital. Cada palabra puede llevarnos (materialmente y no por imaginación) a otra palabra, otro relato que forma parte de otro libro. Un enlace en un texto significa una posibilidad de leer o escribir en un mundo conectado (pág. 45).
Acordemos, de manera simple, algunos de los componentes de la expresión “leer”:
- poder descodificar unos signos (a veces símbolos),
- entender una estructura con un cierto orden de esos signos,
- poder asignarle algún sentido (propio y compartido con otras personas),
- poder asociar esos significados y sentidos a otros significados o sentidos, a otras “lecturas”, a otras memorias, a otras experiencias vividas.
Cuando aprendemos a leer dominamos progresivamente esas capacidades y, conforme vamos leyendo, las lecturas posibilitan que nuestra lectura sea más lectura. Nada de todo eso tiene que ver con el “soporte” en el que leemos, en el que se nos muestran signos, letras, palabras.
Pero, me temo que esta descripción se puede ver profundamente alterada cuando las “máquinas” pueden leer por nosotros. Obviamente, si alguna cosa pueden hacer los algoritmos es descodificar signos, entender sus secuencias y prever cual será la próxima palabra, estructura o secuencia de un texto. Si no sé leer, leerá por mi y me transformará el texto en voz para que lo escuche. Incluso, si no quiero o no puedo oír, me convertirá el texto en imagen o en secuencia dinámica de imágenes (también a la inversa: pueden leer para mí las imágenes, transformándolas en palabras que podrán ser leídas).
Así que ya hemos de poner muchos matices a los dos primeros componentes de la descripción. El analfabetismo de los signos, del dominio de la lectoescritura, puede no parecer tan grave. Dominar la lectura de las palabras que nos unen parece que no tendría la gravedad de antes.
Sujetos lectores activos
¿Dónde puede aparecer la deshumanización por no saber leer? Probablemente en el concepto de capacidad, de competencia. Saber leer es poder aproximarse de manera personal, activa, autónoma, no mediada por programa o máquina alguna. Saber leer, aunque la máquina pueda leer por mí, es afirmarse como sujeto lector que no renuncia a serlo, que no renuncia a desentrañar y entender una de las principales maneras de comunicación entre humanos: la organización primera de nuestras relaciones con letras, palabras y expresiones. Ni renunciamos ni delegamos poder ser lectores. Queremos poder leer y no ser, por definición, sujetos a los que les leen.
Por supuesto, una de las grandes transformaciones es que, sin dominar otros abecedarios, otros idiomas, podemos leer en ellos, podemos acercarnos a descubrir sus significados. No saber un idioma ya no es un impedimento absoluto para acercarnos a formas de comunicación diferentes de la más habitual en la que nos movemos. Aceptamos una mediación digital activa para ampliar nuestro horizonte lector.
Sí que se transforman de manera crítica los procesos de aprender a leer y escribir. En ellos es donde probablemente habrá que poner una buena parte del énfasis para conseguir que los niños y niñas se conviertan en sujetos lectores activos. Y, cuando se atribuyen a las pantallas los déficits en la comprensión lectora, se está ocultando que buena parte de la dificultad o el déficit siempre ha estado asociada a cómo se enseña a leer y escribir y cómo se aprende a moverse entre “libros”.
Aprender a querer leer
No es el tema de este capítulo describir los procesos de enseñanza y aprendizaje de la lectoescritura (diversos y no siempre adecuados), pero sí que haré un apunte de cómo la inmersión digital puede acabar modificándolos. Las maestras de educación infantil son extraordinarias expertas en el casi mágico proceso de conseguir que las infancias a las que acompañan arranquen un día u otro a leer. Sus metodologías activas hacen que la curiosidad, la imaginación, el deseo infantil de saber conduzca a querer leer y poder leer.
Con la inmersión digital, el fondo didáctico no ha cambiado mucho, pero sus componentes y secuencias probablemente sí y habrá que revisarlos dentro de la secuencia de cambios en la infancia, en los que he insistido todo el libro. Bastaría con considerar una metodología respetuosa con la infancia y exitosa como la de María Montessori. Un mínimo ejemplo: siguen siendo válidas sus cajas de letras que permiten componer activamente las palabras, atribuir sonidos, dominar el trazo de su escritura…Pero ¿qué diferencia hay entre una letra física que se toca y ordena con un trazo que se escribe, corrige y domina en una pantalla?
En una forma u otra, la clave es el proceso activo del niño no la “cartilla” con la que aprende. El universo digital amplia las posibilidades de que sean activos, las posibilidades de ensayo error, las gratificaciones al descubrir que se aprende, las posibilidades de comunicar lo aprendido… La esencia es mantener el deseo de saber qué dicen las letras, inocular el virus de no aceptar que otras persona o pantallas les digan lo que dicen.
Sin embargo, no olvidemos que las estrellas de la constelación lectora son ahora muchas más y que están interrelacionas de múltiples maneras. Voz, texto e imagen pueden ser lo mismo o diferente y pueden llegar a hablar, escribir, pintar o leer por recorridos diversos. Pueden decirle a una pantalla que escriba y aprender a leer lo que escribe, escribir y comprobar que no se entiende, hablar y pedir la foto de lo que dicen, escuchar y probar a dibujar o escribir, leer lo que otros escriben, pedir ser leídos, saber que se entienden leyéndose, etc., etc.
¿Qué es un libro?
Había dejado aparcados los otros dos componentes de la acción de leer y, además, leer es algo más que leer frases. Mi pretensión al escribir este nuevo capítulo era hablar de leer libros. No se trata tan solo de saber leer sino de dedicar tiempo de vida a leer o de vivir la vida, también, leyendo. Y todo eso ya no significa de ninguna manera que leer sea una actividad analógica.
Al decir libros, hablamos de relatos, de explicaciones agrupadas con un cierto orden que conforman un conjunto. Decía al principio que leer nos hace humanos. Ahora he de afirmar que leer “libros” (físicos, digitales, virtuales, solo orales o con mezcla de formas comunicativas) supone construir una parte significativa de la condición humana.
Pero, quizás, uno de los riesgos de la lectura en tiempos digitales sea la fragmentación de los relatos, sin que queden unidos en un todo, en una estructura de sentido, en un libro. De hecho, leemos mucho más que en otras épocas, pero la suma de las múltiples lecturas entre pantallas no es equivalente a leer un libro. Leer libros ha de ser acceder activamente a leer relatos unidos por algún sentido. El libro podemos situarlo como el elemento estable en medio de la fugacidad informativa. También como el lugar personal de calma, cuando todo se altera y se fragmenta.
Conviene recordar, además, que los libros no son buenos por definición y que la “maldad” no tiene que ver con las “pantallas”. Aunque leer nos humanice, leer cualquier cosa puede deshumanizarnos.
Viejas razones y nuevas formas para sumergirnos en los libros
¿Para qué leemos libros? En primer lugar, leemos libros para poder acceder a otras imaginaciones. Otras personas imaginaron realidades, les dieron forma, las escribieron y nos permitieron conocerlas en un libro. Sin leer, nos perdemos una parte de los mundos imaginables.
Los libros son ventanas abiertas al mundo, que permiten adentrarse activamente en un universo más amplio que el de nuestro entorno más próximo, nuestra realidad familiar o las segregaciones y exclusiones impuestas por la condición social.
Leemos para entender el mundo, entendernos y entender a los otros. Los libros no dejan de ser otra cosa que explicaciones (propuestas explicativas) de la realidad que hacen sus autores. Si, como decía en los primeros capítulos, ser humano es poder dudar, los libros conducen a la construcción de respuestas y a la creación de nuevas dudas. Aunque leer siempre será aplicar aquel criterio de no aceptar por definición lo que se nos dice (aunque esté en un libro) sino tratar de construir el propio relato. El universo digital aumenta la posibilidad de acceder a buenos relatos y la de engancharnos con relatos de realidades falsas o interesadas.
Acceder a los libros es acceder a los saberes humanos acumulados. No es lo mismo que buscar las referencias sobre un tema en internet. Tampoco hacer que una IA nos escriba para que leamos una síntesis de miles de documentos. Leemos lo que un autor escribió, con su lógica, su coherencia y su sentido personales, y puede que nos permita tener algún criterio y ser más sabios.
Decía al principio que poder leer era poder asignar sentidos a las palabras o conectarlas con otros sentidos propios o ajenos. Los libros son compilaciones de significados y sentidos con los que conectamos al leer. Entendemos una lectura por que descubrimos su sentido, podemos ponerla en relación con otros sentidos que conocemos, nos hace pensar en otros sentidos. El acto humano de leer (no el de las IA que se entrenan leyendo sin entender) es el de descubrir el sentido de lo que leemos o el de atribuirle otros significados y sentidos.
Vidas en las que hay libros
Llegamos a las reflexiones sobre el libro físico, de papel, con el que mayoritariamente y hasta el presente hemos leído. Supongo que, añoranzas emocionales aparte, hemos de aceptar que leer y leer libros es posible y positivo en diferentes soportes. De hecho, ahora mismo, tú estás leyendo un capítulo de un libro en una pantalla y yo suelo leer mayoritariamente en digital, aunque soy un escritor que vende libros de papel.
Pero, preocupado por educar para leer, por seducir con la lectura, me asaltan algunas dudas o preocupaciones. La primera es cómo visualizar, hacer visibles los libros, los que hoy mayoritariamente vemos en una librería o una biblioteca (que no deja de ser el lugar de los libros). El “amor por los libros” del que se suele hablar ¿puede nacer viendo portadas en digital, o es más seductora una estantería física llena de ellos? Aunque, de hecho, en cualquier biblioteca no visitamos estanterías, sino que hacemos búsquedas en un ordenador (rodeados de libros si vamos a la biblioteca) ¿Produce el mismo efecto llevarse un permiso de lectura digital que llevarse un ejemplar físico? En cualquier caso, hoy, todavía, para algunas personas, visitar una librería es hacer una inmersión en universo de libros y es diferente de sumergir-se en el banco de datos de una biblioteca nacional.
El reto actual es conseguir estimular y mantener el interés por los libros, cuando parece que solo su realidad física da fe de su existencia, pero muchos de los jóvenes lectores viven en realidades reales que tiene formato digital y en ellas lo buscan todo. El reto pasa a ser que en esas realidades haya libros visibles y deseen acceder a ellos. Y eso supone hablar de libros, educar para leer libros, con independencia del formato. Muy probablemente, a corto plazo, la realidad lectora estará conformada por lectores que descubren los libros físicos y los leen en digital, por lectores que descubren digitalmente y leen físicamente. Con una realidad común: en sus vidas hay libros.
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